martes, 6 de junio de 2017

El terrorismo islamista sigue provocando matanzas en una Europa impotente y resignada a convivir con una amenaza permanente. Muchos responsables políticos reconocen que hay que acostumbrarse al terror, y renuncian a enfrentar sin vendas en los ojos y apartando la enfermedad de lo políticamente correcto muchas de las causas que coadyuvan a multiplicar las acciones de los yihadistas nacionales o extranjeros.


Gran Bretaña es la última víctima –de momento- de los asesinos que dicen actuar en nombre de Alá. En ese país se presumía de que su sistema de convivencia multicultural le protegía del radicalismo islamista. Algunos de sus propios ciudadanos han echado por tierra esa supuesta barrera a la barbarie, atentado tres veces en tres meses.

Desde Londres se ha acusado durante años al laicismo oficial francés de fomentar el extremismo de sus ciudadanos musulmanes o de extranjeros inmigrados. Los atentados en Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Alemania o Suecia demuestran que el cáncer islamista se adapta a cualquier sistema.

Algunos políticos reconocen ahora que han sido demasiado tolerantes con el “extremismo no violento”. Curioso lo del “extremismo no violento”. Es el reconocimiento confesado por la “Premier” británica, Theresa May, de que ignorar la secesión cultural y territorial del Islam en muchos barrios de ciudades británicas durante años ha sido un error.

ISLAMISMO Y CLIENTELISMO

El islamismo armado no puede disociarse del islam político que es aceptado con complacencia y sin reflexión por políticos buenistas y papanatas, o, peor, por otros que han hecho su carrera política montados en el clientelismo, en la compra de votos de los guetos musulmanes: “tú convences a los vecinos de votarme y yo hago oídos sordos a las prédicas de los imanes radicales”. “Yo te ayudo a construir una mezquita con dinero público y me llevo tus votos”. “¿Una escuela islámica donde las niñas de 5 años van vestidas con hiyab y guantes? Yo no lo veo si me votan los vecinos “. De ese delito son responsables representantes de izquierda, centro y derecha, con rarísimas excepciones.
Y si esta actitud se denuncia, llueve el insulto supremo: islamofobia! El antídoto moderno contra la libertad de crítica a una religión específica.

LEY CORÁNICA EN BARRIOS EUROPEOS

Theresa May y sus colegas de distinto signo político admiten ahora, ahogados en la sangre, la estupidez de su política de integración, o más bien, de desintegración. En muchas ciudades británicas hay barrios “liberados” de la ley del Estado, donde se aplica la ley islámica, la sharía. Esas normas se aplican, por ejemplo, a las disputas de divorcio. Las mujeres pueden imaginar los resultados de las decisiones de esos jueces, que añoran las costumbres propias del siglo VII.

Todavía hay algunos políticos, analistas y muchos sociólogos que siguen intentando explicar el radicalismo islamista de sus conciudadanos en razones sociales. O se trata de pereza mental, o bien de cerrazón ideológica sin remedio. Basta repasar las biografías de la mayoría de los asesinos que han protagonizado los últimos atentados para advertir que la mayoría proviene de la clase media y que han accedido a la educación y al mundo del trabajo sin problema.

En esa Europa afligida, donde algunas víctimas dicen no querer odiar a quienes han asesinado a sus hijos, se renuncia a dotarse de medidas de protección en nombre de la –supuesta- libertad contra el oscurantismo armado. Se prefiere una policía sin medios aún a riesgo de sentirse desprotegidos. Y solo cuando la hemoglobina desborda las pantallas de televisión, algunos políticos reaccionan para perder menos votos en las próximas elecciones.

Otros representantes del llamado pueblo prefieren hacerse el inevitable “selfie” -sin mujeres- con alguna organización musulmana para festejar el ramadán. Banal campaña electoralista si lo hicieran también por el resto de las religiones. Pero en esa Europa que justifica su suicidio, los ciudadanos musulmanes, sin pedirlo, se han convertido para una parte de la izquierda es los nuevos proletarios. A falta de obreros, emigrados hacia las formaciones de la derecha nacional-populista, esos mismos políticos adaptan a Franz Fanon a los nuevos tiempos.

En esa misma Europa se encienden los monumentos con los colores de los países víctimas de los atentados, excepto cuando se trata de Rusia. Pero la estupidez de los símbolos no puede ocultar que la colaboración con Moscú es necesaria para erradicar, como en el pasado, el fascismo. En el caso de hoy, un fascismo teñido de verde.

*Sputnik Novosti

Por: Luis Rivas

Fuente: elcomunista.net

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